Once I asked a fallen-away Catholic friend of mine what he remembered about the parish priest from his youth. He said, “He was a gentle, nice guy. Kind of vanilla. Kept to himself.” It struck me that he, perhaps like many, perceived Catholic priests as the following: lonely, harmless, and self-sufficient. As a challenge both to this perception (accurate or not) and to us priests who perhaps feel a pull in that uninspiring direction, stands the mighty image of what we see in the Gospel this Sunday.
Jesus sent out his apostles, “two-by-two, with power over demons, and without money belts.” Two-by-two: they enjoyed deep fellowship and brotherhood. Power over demons: they were anything but harmless. These men wielded enormous power against evil. Without money belts: they were not self-sufficient. They needed others to help them. Not lonely, but in community. Not harmless but armed with massive spiritual energy. Not self-sufficient, but poor and in need of help.
This is a challenge to me, and perhaps to all of us, living in a rich, secularized, and individualized culture. Do I embrace my priestly ministry in deep fellowship with other priests? Do I speak and act boldly to drive out evil where it is found? Do I live poorly and simply, trusting in the help of those around me even for basic needs? The fruitfulness of priestly ministry largely depends on these three traits. Let’s pray for all priests — and, by extension, all of us Christians — to live more like Jesus’ communal, poor, and powerful apostles.
Con frecuencia escuchamos de los sacerdotes de nuestras parroquias o de nuestros padres e inclusive de amigos la siguiente frase: “Confiar siempre en Dios”. Claro que confiamos, cuando nos va bien, cuando tenemos bonanza en nuestra vida. Pero, si llega una enfermedad, si nos quedamos sin trabajo, si muere un ser querido. ¿Confiamos? La respuesta va de acuerdo a nuestra relación personal con Dios, a nuestra fe y confianza que hemos desarrollado en nuestra vida hacia él. Ser fiel y confiar en Dios es contemplar su rostro en cada circunstancia, en cada trago amargo que pasamos y también en las cosas gratas de la familia y comunidad.
En el Evangelio de hoy, vemos cómo Jesús envía a sus apóstoles a misión para continuar su obra misionera. Y se relaciona estrechamente con la vocación del profeta Amós: “Yo no soy profeta ni uno de los hermanos profetas; soy cuidador de rebaños y trato los sicómoros” (Amós 7:14). Todo trata de la confianza plena en Dios para cumplir con lo que nos toca hacer. Siempre se muestra la misericordia de Dios al cumplir su voluntad. El Señor muestra su bondad y su amor en todo momento; pero, hay que estar alerta a su voz y a su pedido y además no llevar nada para el camino. Ahora nos diría, ni siquiera el celular ni la computadora. Solo el corazón bien dispuesto para trabajar en su viña. ¿Podremos? La tecnología debe estar a nuestro servicio, no nosotros al servicio de ella. Imitemos a los servidores públicos y parroquiales que cumplen su misión siempre confiando en Dios.
BACK TO LIST