When I was a seminarian almost 20 years ago, a bank vice president taught us etiquette classes. She said, “Gentlemen, please make sure your breath isn’t bad. Take some breath mints before you hear confessions, okay?” We nervously laughed because the proximity that makes breath noticeable (whether pleasant or not) can be a bit awkward.
When Jesus breathes on his Apostles (John 20:22), he must have been within inches of at least some of them.
This closeness of his breath has a purpose: the purpose of forgiveness of sins. “Whose sins you forgive are forgiven them” (John 20:23). Why in the world would the almost uncomfortable closeness of his breath forgive sins?
In the Bible, breath is spirit or wind. It comes from above and makes that which is below to have identity. To not have a single identity is to be multiple, divided. The word “sin” comes from an ancient word that means “to split” or “render asunder.” Sin divides us sinners and the world around us; our spiritual “breath” leaves us and our identity splinters. Only breath from above restores. For example, a shattered vase is rendered whole because the craftsman breathes the spirit of the vase back into it when he repairs it. A human being shattered by sin is made whole by the breath of God, breathed by Jesus through his priests. His breath alone forgives sins. It's always done with his gentle, loving closeness.
Este día de Pentecostés tenemos la oportunidad de pedir al Espíritu Santo que abra las puertas de nuestro corazón, nos regale la paz, y que seamos portadores de ella a dondequiera que nos presentemos. Hoy en día, el mundo, más que nunca, necesita la paz. Hay guerra y destrucción en varios países, dando como resultado vivir deseando la paz. La gente sufre atrapada en la incertidumbre y el miedo. Ojalá que hoy escuchemos este mensaje y se hagan realidad para muchas personas estas palabras: “Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes!” (Juan 20:21). El Espíritu Santo se manifiesta para el bien común, es decir, no es para unos cuantos, es para todos.
En una de sus catequesis sobre el Espíritu Santo, San Cirilo de Alejandría explicaba lo siguiente: “De igual modo el Espíritu Santo, siendo uno solo y siempre el mismo e indivisible, distribuye a cada uno sus gracias según su beneplácito. Al igual que un árbol seco, al recibir agua germina, de una manera semejante el alma pecadora al recibir al Espíritu Santo, el don del arrepentimiento produce frutos de justicia. Siendo siempre igual y el mismo, produce diversos efectos según su beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo. De hecho, se sirve de la lengua de alguno para comunicar sabiduría. A otro le ilumina la mente con el don de profecía. A otro le da el poder de arrojar demonios. A aquel le da el don de interpretar las Escrituras”. ¡Ven Espíritu Santo, y llena nuestros corazones de amor!
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