This week we hear Jesus say, “He that believes in me, has eternal life” (John 6:47). These straightforward words, uttered by human lips, sound — how to put this? — insane. Who could possibly say such a thing? Jesus says things that are so high, so demanding, so beyond our capacity to fathom, we hardly know what to do with them and (if you’re like me), they usually go in one ear and out the other. So, let us ask: how can believing in him lead to eternal life?
To believe in something means not just to acknowledge its existence, but also to orient yourself entirely to it. If a football player believes in his team, it means he puts his life totally at the service of that goal. If a student believes in her dream to become a doctor, she gives everything she has to her studies and preparation for her MCAT test. Belief means to move boldly toward something we love, and trust is possible to attain.
What is the highest possible good at which we can aim? It is God himself, the gift of eternal life without end. Jesus has made this “good” possible in and through his human nature. To believe in him means to have him as our ultimate goal. This week let’s believe the truth of these words and make practical decisions to orient ourselves toward what we see available in him: eternal life.
Ya es tiempo que nos demos cuenta que las enseñanzas de Dios, por medio de sus profetas y de su Hijo Jesús, son las que valen la pena. Los últimos domingos, el Evangelio nos muestra de diferentes maneras cómo Jesús es el Pan de Vida, y cómo podemos alcanzar grandes niveles de conocimiento en la fe y cómo vivir los valores auténticos del Evangelio. Sin embargo, la pregunta importante es la siguiente: ¿Qué podemos aprender de Dios y de sus enseñanzas en la época actual? ¿Qué significa para nosotros la Palabra de Dios? La respuesta es personal y amerita una reflexión profunda de parte de cada uno.
En la Eucaristía, Jesús se nos da como alimento; nos da la fuerza necesaria para continuar en el camino que aún nos queda por recorrer. Aprendamos a recibirla con respeto y veneración: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo” (Juan 6:51). Pidamos al Espíritu Santo, que nos ayude a comprender la inmensidad del amor de Jesús al darse como alimento. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 1324, no enseña lo siguiente: “La Eucaristía es la fuente y la cima de toda la vida cristiana. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”.
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